JUAN CARLOS MESTRE nació en Villafranca del Bierzo (León) en la primavera de 1957. Ahí despertó a la poesía, en la inocencia del monaguillo que busca el alma de las setas, encontrando la mano amiga del malogrado poeta y paisano Gilberto Núñez Ursinos. Cursó estudios de Ciencias de la Información en Barcelona, licenciándose con la tesis "Escritura y Realidad en el Periodismo Contemporáneo". Asiduo colaborador de prensa, sus artículos y otras licencias en prosa y verso abundan en un nutrido número de publicaciones. Premiado en distintas convocatorias poéticas, en 1981 publicó en Barcelona el poemario "Siete poemas escritos junto a la lluvia".

 

 

 

 

Poética

 

EL TERRITORIO DE LA POESÍA, LA CASA DE LA IMAGINACIÓN

En aquel entonces yo vivía en un país lejano y las muchachas salían desnudas de los conservatorios con cabezas de alce y girasoles y violines ardiendo. Es la memoria, el hilo de mi pensamiento en los telares de la analogía, la remota casa de las palabras donde hallé un día la semejanza, el vínculo revelador, entre la realidad y lo imaginativo maravilloso, entre la idea posible de quien se asombra al contemplarse como servidor de los grandes misterios del mundo y aquel otro cuya existencia es la duda, la intuición o certeza, de saberse asomado permanentemente al vacío.

Viene el hombre a nacer rodeado de voces, de geografías e historias y largas caravanas de antepasados anónimos. Pero viene el hombre también únicamente y solo, callado a pesar del estruendo, distinto aun cuando procede monótono, y hay en él vacío y hay nada, y ésa es su posibilidad en el universo: trazar el círculo para que habite su sombra, el territorio donde construye su templo al dios de la nada.

Eso ha oído mi alma más allá del ruido con el que se suceden los días, más allá de la melodía del tiempo que transcurre en nosotros con su río de silencio y de música. Aquel muchacho que fui oyó lo que nadie decía, vio la pradera iluminada por el fulgor del relámpago, por el vértigo de las semillas de las que brotan los sueños. Era un país bajo el universo de las fugaces. Esto es, lo imprevisible, lo misterioso de los arroyos ocultos donde se baña, antes de nacer, el ángel nunca esquivo de la imaginación. Yo estaba ahí, y esa línea era la frontera. Tal vez ahora, en el instante de imaginarme sobre la gran ficción de la realidad, pueda mi deseo, pueda la voz del eco de los días, intuir la piedra, la plaza de la memoria, el resplandeciente lugar a cuya oscuridad obedezco. Sobre la chapa de bronce de la eternidad alguien ha escrito una remota palabra. Mis ojos pueden leer la tristeza inmutable de esas vocales arrojadas a la intemperie del tiempo; sin embargo, pese a la voluntad de mí mismo, los signos de esa historia cifrada con el pensamiento de otro recuerdo me hablarán de algo que yo desconozco, de algo que llega a mí y me dice y me habla, pero que yo no comprendo. Lo que yo oigo no es lo que ha sido pronunciado; algo así: donde late el crepúsculo se inicia el cántico del amanecer. Hecha la luz, cada palabra es un paso, un paso infinito, sucesivo, perpetuo, de un éxodo hacia el centro, y cada hablante un íntimo desconocido que existe en cuanto procede de otra sombra. Ambos, sombra y caminante, avanzan por el espacio sin límites del mito, vigilados por la quimera metafísica del tiempo que pasa, es decir, el temor al centauro; es decir, la certeza ante el caballo de la realidad cuyo jinete es la muerte.

Procedemos de un sueño y hacia otro sueño acudimos. Nuestras palabras, desde el abismo en el que no existía el lenguaje, han ido creando el paisaje, erigiendo la estatua del hombre, el oficio de libertad de su persona, la compasión resignada de su soledad ante el otro, aquel semejante en cuya frente está inscrita la memoria de un dios. A eso hemos venido desde lo frío y lejano, a reconocernos en el oído, en el ruido de la palabra de la fundación. Acaso mi única realidad no sea otra que aquella que nombro, no la palabra que digo, sino el espíritu de la palabra que pienso. Cuando en noches de mucho abatimiento sucede el enigma del pájaro, la rara belleza de la ebonita, la hoja sonora del quimbombó, una realidad más poderosa que lo meramente nombrado comienza a habitar la humilde cabaña de mi escritura. Cuando digo casa, cuando apilo losa o diamante, construyo esa casa y entro en ella y crujen sus maderas y veo el corro de mis antepasados alrededor de la pequeña hoguera del corazón. Ése es el humo que hablamos, el rumor permanente en todo lo que oímos: soledad y misterio, una casa en el aire cuya única puerta, para mí, es la de la imaginación. No conozco otro camino para acceder a ella que el de un breve sendero de cristal, como una calzada de espejos sobre la que mis pies proyectan otra figura, otra sombra de la sombra, otro ángel del ángel. Cuando no estoy, desaparecemos todos, pero cuando retorno de mi extravío somos multitud. A veces, creo reconocer la compañía de alguien que, muy cansado, muy anciano va en la repetición de sus tópicos, me advierte de los peligros del caminante: ése es el prado de la locura donde pastan las bestias de la melancolía, ése es el soto de la oscuridad donde grana la semilla del silencio, ésa es la estéril finca de la aritmética y su música opaca. Pero me basta el riesgo de su prohibición, su fértil tacto de ceniza, para saltar del cercado: ante las cancelas de la ley sólo cabe el impulso de la transgresión. Ahora bien, yo hablo de un lugar, desde un lugar, donde toda intención es legítima, todo acto libre, todo resultado inocente herejía ante la norma. Palabras pronunciadas desde la intuición, no desde el precepto de la teoría ni la vanidad de los principios, no desde la seguridad de la fuerza que otorga la convicción, el poder alegórico de la escuela, sino desde la duda, desde la actitud de una contemplación activa opuesta a la dinámica coercitiva del saber. Un territorio cuya única posibilidad de existencia es su propia inexistencia, pero tan real a su vez como yo puedo ser capaz de ser real y verosímil en la hipótesis de habitarlo.

Podría decir: este lugar pertenece al ámbito de la aparición, mas deberé decir: soy huésped, un huésped en la aparición momentánea de la escritura, en la vista fugaz al resplandor. Yo no sé hacia qué estrella conduce este camino, ni sé quién enciende, al anochecer, los faros de su utopía. Yo ignoro sus límites, el exacto gobierno de su república, pero sé, tengo la persuasiva certeza de que en sus cementerios no puede haber enterrado sino luz, el relámpago y las fuentes de la atmósfera.

La casa, el territorio de la poesía, puede ser la realidad de la imaginación, el misterioso lenguaje con el que el poeta tiende un puente de palabras, los símbolos del pensamiento, entre la realidad conocida y lo real desconocido. El poema, así, lo será en cuanto posibilidad de poder revelarnos una realidad, su nueva realidad en la experiencia del lenguaje. La casa de la poesía, como metáfora ideal de la unidad de lo diverso, ha sido construida en la intemperie, ha sido levantada con las voces corales de la impaciencia, con los fragmentos de todos los naufragios, con el eco de todas las voces, con el pretexto de todos los textos. El placer de su rima es el goce de su novedad, su centro el margen, su luminosa revelación la condición crepuscular de su discurso. Acaso sea éste, entre otros mapas posibles, el de su ubicación en la cartografía de la memoria, en los terrenos hoy aparentemente baldíos de la emoción y la sensibilidad. Tal vez, detrás de las desconsoladas ruinas de la historia, bajo el campo yermo de las ideologías agrestes, la poesía, la lenta germinación de la semilla de un sueño, pueda recordar algún día a los hombres dónde estuvo la casa de las palabras, la casa moral de la armonía y el caos, el faro de una utopía que aún alumbra la soledad y el destino de las personas. Un diálogo entre el orden moral y estético, un equilibrio ético entre las voces de la realidad que oímos en los subterráneos de la razón.

El que habla piensa ahora en Janusz Korczak, escritor y conocido pedagogo polaco. Es 1940. En pleno ghetto de Varsovia durante la ocupación alemana. Korczak reunió en un viejo caserón a los doscientos muchachos del orfelinato que dirigía. En él, encerrados a cal y canto, tapiadas puertas y ventanas, vivirá dos años junto a ellos, en un intento desesperado por evitarles la visión del horror, la contemplación cotidiana de la barbarie. Llegado el momento de la ominosa solución final nazi, Korczak rehusará el pasaporte que le ofrecen las autoridades fascistas y al frente de sus muchachos atraviesan cantando las calles de Varsovia hasta el tren que los conduciría a Treblinka. Ninguno sobrevivió a las cámaras de gas, pero aquella casa en el ghetto es hoy uno de los mitos de la resistencia moral frente a la barbarie.

Decía Foucault que el poeta es el que, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianamente previstas, reencuentra los parentescos huidizos de las cosas, sus similitudes dispersas. Alguna semejanza oye, ve, reencuentra, quien escucha en el aire las voces, incrédulas ante la muerte, de los niños de Korczak, la casa en el ghetto, la conciencia vehemente de quien desde el pequeño territorio de la poesía cree poder abrir aún las puertas de la aurora y esperar, no sin desánimo, que luzca el sol de la noche sobre la aldea de los que aún resisten, con el único don del canto, la complicidad del silencio y la infame epopeya de los nuevos héroes homicidas.

Yo no hablo de pureza, yo hablo del vértigo de quien no está solo en el mundo, rodeado de tinieblas, pero también de criaturas luminosas, de otros inmóviles, de otros semejantes en su diferencia. Habitantes de las últimas zonas de la realidad que existe detrás de la realidad, alegres, dolientes, anónimos seres que habitan la gran casa de las voces, el humilde pero enorme territorio de los actos creativos, no el viejo panteón de los hombres nocturnos cuya fotografía es lo obvio.

Esa es la inquietud de la imaginación que puede conducirnos al poema, única hipótesis biográfica del que escribe, del que intenta trazar con una línea de agua sobre la aridez del pensamiento las siempre improbables fronteras de su territorio creativo. Aunque al final, como dice Alonso a la Sombra, en E1 Caballero de Olmedo, todas sean cosas que finge la fuerza de la tristeza, la imaginación de un triste.

Después de nosotros, igual que ya antes de nosotros y en lo sucesivo no imaginable, continuará sucediendo el canto. A pesar del ghetto y del crepúsculo, a pesar de nuestro mismo silencio y a pesar también del ruido y la velocidad de los actos de la voz que se aproximan con dignidad al olvido, quedará la voluntad indestructible del hombre, la fe cuya creencia de realidad nunca veremos, pero que continuará imperturbable señalando el camino a los errantes, a aquellos para los que, después de todo, saben que la única defensa útil de la escritura es el elogio de la palabra:

Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses; esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.

Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.

Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.

Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esta palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.

Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo transmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.

La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.

JUAN CARLOS MESTRE

de El territorio de las letras (Madrid, Cátedra/Ministerio de Cultura, 1994)

 

 

Poemas del libro "La visita de Safo"

 

"La Visita de Safo" es un profundo ejercicio de respiración poética en siete inflexiones del aliento, a bordo de un bajel pilotado por el hedonismo que busca sin tregua el sentimiento gozoso de la belleza de la palabra. "En 'su' soledad reunido, más único que el cielo en el asombro" el autor rememora a Pasolini, pone rumbo a Lesbos, recala en Cleis, pavanea en las almenas del Castillo de Cornatel, nombra a Rolando Barthes, a los amantes de Safo -la memoria de su abuelo-, hace noche en la noche, describe aquello que turba, tornando en palabras la música de Gustav Mahler -sentimiento por sentimiento- y haciendo del amor principio, causa y fin, antes, después y donde se habla de Dalila. En algún lugar dejó escrito: "El texto literario forma un cuerpo autónomo del sujeto que lo escribe. Porque no soy yo el que gobierna el texto, sino el texto quien me gobierna a mí. Soy un medium en el proceso de la escritura. Recojo una tradición cultural. Soy una simple excusa que reescribe la tradición. Hay un principio de casualidad".

 

TRES POEMAS PARA PIER PAOLO PASOLINI

Sólo porque estás muerto he podido hablarte como a un hombre,
de otra manera tus leyes me lo hubieran impedido.

P. P. Pasolini

I

Hubiera querido góndolas y uvas en tu frente, blanca túnica de vichí
para tu cuerpo de arbusto, vomitel, árbol enorme donde tallen 
timbales, panderetas, músicas al tacto valiente de tu risa, 
tarambas, oboes y luces en la noche que te cuida, 
fósil de ámbar, rejalgar, cristal indefinido que gobierna 
adolescentes. Pero ya el humo que resolvió a los príncipes 
es témpano dulcísimo, véspero en la tarde de los Médicis, 
cascabel y sedas en tu luz definitiva, vértigo ahora 
cuando un arpa inicia fuentes de bálsamo en la memoria, 
incienso en tu cenotafio de orégano y ciruelas, harina
en el hojaldre sin fin, honrado jinete tan suave en el galope 
y hasta relincho fucsia del centauro que quiso Botticelli 
para llevarte a hombros a la soledad del ibis, madre 
comunal y sagrada que devoró el jaguar, cinta en el pelo,
miel de palma y almendras en el licor de los festejos.

 

II

Voy a nombrarte como sol que duda entre el jazmín o la libélula,
apenas aurora y ya friso de acanto que te oculta, breve fue 
el amor o la alimaña y ya están los evangelios anunciando 
fresas en tus labios, liebres, sacristanes, adobes y pulpa de manzana;
quiero esta extensa geografía reducida a brote simple de cerezo 
y en tu oreja cultivar infiel e íntima la vida, el deseo, el goce 
carnal de un cielo que devore tu muerte y te devuelva intacto 
al ágora y al puente, al tren, al mingitorio, a las campanas y a la luna.
Que ya vienen las mariquitas de Roma tocando la marimba y las estatuas
y la hojarasca y las navajas no son, Dante y el cisne de Veronés,
y Venecia no se hunde por ti y no se hace inalcanzable el vértice,
porque ya estamos todos sin vergüenza en el pubis de Safo, yuruma, 
jarabe de maíz, sustancia, hucha y alhelí, caimán y novia.

 

III

Y es preciso detener la resignación que como mañana blanca de domingo 
azuza al cárabo, devolver la alegría al alcahuete, el miedo al juez, fingir
hasta el éxodo, adornar con azucena cada culpa, convidar a matrimonio,
volverse cadmio, baya, ser prodigio, retallecer, rugir y hasta ocultar
con velo lo jovial, ingerir jarabes que te vuelvan grillo y regreses
en el canto, araña, saurio, gelatina, nivel del mar que lo inunde todo.
Porque no me acostumbro, prometido, a revejecer, a regirte en el recuerdo,
a reservarte el mármol como si cónsul hubieras sido, tú, hereje mayor, joya 
que adorno el pulgar, hierba que embosqueció la era, nunca harija, trigo, 
rayo que destrona, hiere, apila y excarcela. Te quiero ya tambor, voz atonal, 
adormidera, flauta, tubo de viento. Levanta tu cabeza, cáliz de pan, ven nómada, 
regresa, hágase la justicia y alegrémonos: Ecce homo.

MEMORIA DE LA NOCHE

Esta noche y no en otra noche más cercana o desnuda 
voy a empezar a vivir 
es que ha pasado un hombre alto como un eucalipto
y no soy yo
cuando pregunta por el dueño de las carnicerías 
y entonces entra y clausura todas las sangres 
y los clamores del mundo mugen tan gozosos 
ya de la vida toda y de la muerte ninguna. 
Esta noche y no en otra noche más doliente o profunda 
voy a empezar a nacer
es que ha pasado un niño con más fusiles que risas 
y no soy yo
cuando pregunta por el dueño del hambre
y la esperanza general de la tierra se conmueve 
ya de venganza o de ira.
Esta noche y no en otra noche más triste y obscura 
voy a empezar a creer
es que ha pasado una mujer parecida a mi madre 
y yo también soy
cuando pregunta por mí y yo me reconozco 
ya de dolor o vergüenza.
Esta noche y no en otra noche más cruel o suicida 
voy a empezar a morir 
es que me ha saludado el que me odia 
y no soy yo
cuando pregunta mi oficio terrible de dulzura 
y ya una bala me sueña.

Esta noche y no en otra noche más deseada y querida 
voy a empezar a cantar 
es que el silencio recorre mis cosas 
y no soy yo
cuando se callan en el miedo las estrellas 
ya sentencia o castigo.
Esta noche y no en otra noche más ciega y oculta 
voy a aparecer de repente 
es que a tantos han ido reduciendo a la sombra 
que ni soy yo
cuando estábamos todos y ahora no existes
ya desolación y miseria.
Esta noche y no en otra noche más bella y sentida 
voy a preguntar por el pan
es que ha pasado la muerte toda encendida de trigo
y no soy yo
cuando responde la lluvia cayendo en la nada 
ya paciencia o trabajo.
Esta noche y no en otra noche más incierta o mentira 
voy a confesarme del miedo 
es que han encendido una hoguera 
y soy también en la llama 
cuando arde el deseo prohibido 
ya diferencia o pecado.
Esta noche y no en otra noche más confiada y amiga 
voy a rendirme con pena 
es que una caricia me acusa
y no soy yo
cuando apuntan mi nombre en el aire 
ya condenado o alegre.
Esta noche y no en otra noche más fría o ajena 
voy a marcharme hacia siempre 
es que nunca la muerte termina
y no soy yo
cuando maltratan el beso con ira 
ya religión o fracaso.

Esta noche y no en otra noche más noche y eterna 
voy a pensar que respiro 
es que una palabra se ahoga en un libro 
y no soy yo
cuando aplauden lo horrible del mundo 
ya consagración o veneno.
Esta noche y no en otra noche más desolada y perdida 
voy a escribir al tirano 
es que pasa mi abuela con flores, con vida 
y no soy yo
cuando llora vacía ante el cielo 
ya letanía o milagro.
Esta noche y no en otra noche más escondida y lejana 
voy a quedarme contigo
es que ocurre un monstruo en las selvas del alma
y no soy yo
cuando claman heridas y heridas 
ya gobiernos o leyes.
Esta noche y todas las noches del día 
voy a decirte mi amiga culpable 
es que está pasando la vida 
y yo no soy
cuando un hombre se sienta y nos habla 
ya destrucción o poesía.

PARMÉNIDES

La verdad es una diosa que enseña el camino a los errantes.
Si debe ser necesaria la luz antes ha de no ser la noche.
El olvido es la presencia aparente de lo que aún existe.
La diosa habita el círculo de la benevolencia, es piadosa.
Lo femenino es la rueda de un carro, lo masculino la otra.
Yo soy dos semejanzas paralelas de amor, dos infinitos.
No sé si las yeguas piensan o padecen, dudo entonces.
¿Es más justo el que nace o el que no pudo ser?
Cuando me muera regresaré al todo de la nada. Estoy contento.

HERÁCLITO

Mi padre dijo: Hoy es el día del fuego 
en cuya destrucción todo es diferente.
Ancho era el mar y yo quería buscarme a mí mismo, 
rodee su cuello con dulzura, sus extinguidos brazos, 
aquellos que tensaban el arco y en la luz del día 
caricia exacta de más y más amor hacían. 
También el humo hace toser a los dioses, 
por eso padre mi alma está llena de fuego. 
Yo le decía, pero su sueño era hallar la orilla, 
averiguar el inicio de la costa, botar naves.
No se da cuenta que el agua quemó ayer todas las playas.

de La visita de Safo (León, Colección Provincia, 1983)

 

 

Poemas del libro "Antífona del otoño en el valle del Bierzo"

 

En la poesía española actual han surgido nuevos derroteros que por lo distinto, no en el fondo sino en la manera, hacen adivinar una mayor riqueza de matices y de niveles. Existió en España, durante mucho tiempo, la prepotencia de un tipo de poesía solar y marinera vinculada a una tradición sureña y mediterránea que parecía fagotizar cualquier otra posibilidad de estética. Es, sin embargo, en los últimos años, donde ha aparecido una poética del norte. Antífona del otoño en el valle del Bierzo es un buen ejemplo de dicha poesía -aquella que Sabino Ordás proclamó "Poesía del frío".

Participa Mestre de una característica generacional: la invocación a una memoria personal, una memoria que intenta reordenar un espacio mítico, reinventar una geografía primigenia; moldear la infancia con los caprichos de la madurez.

También existe, y sería una de las principales características de esta poética titulada del norte, una mítica arcana y panteísta, la necesidad de cantar una milenaria civilización desaparecida de pastores y campesinos pobres, también con alusiones a una presoñada cultura de raíces nórdicas: de aguas y de bosques.

Existe una gravidez monumental en la poética de Mestre, existen astros, materia del aire, y de la naturaleza, materia de la tierra.

EL OTOÑO

 

Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura

 

de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes.


El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme

 

cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando.


Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Arganza el que aquí ha llorado buido por

 

las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera.


Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas

 

o yámbicos y lo que dicta el azogue.


Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo

 

aullado da su inicio la fragancia.

 

 

LA NOSTALGIA ES UN PAJARO QUE ENCIENDE SU RUMOR EN LA NOCHE

En una ciudad de provincia. En una ciudad con tiendas de ultramarinos y ángeles que cruzan

 

el cielo en bicicleta. Es una tarde de domingo, a eso de la tibia luz del anochecer cuando aún no han dado las ocho.


Bajo la dulce curva de los soportales las muchachas como yedras fragantes ensueñan el

 

melado torso de los jóvenes.


Mi memoria advierte esa dicha, el celeste vapor que los labios exhalan entre palabras

 

secretas. Lo que recuerdo es hermoso, como el aceite que resbala de una tea encendida y fulgente se esparce sobre los cuerpos desnudos, sobre el súbito mármol de los amantes dormidos.


Lo que borda la ternura sobre los valles del Bierzo, lo que lentamente abolido aún palpita

 

como un rubí en el melodioso pico de los pájaros. Así os he sentido, libres y gozosos días donde viví cansado por la luz, radiante, estremecido, hijo de la tristeza y los relámpagos.


En una ciudad de provincia. En una ciudad con escaparates y jardines y trenes silenciosos.

 

En una oscuridad amenazada por el muro cinerario de la aurora.


El otoño era bello, nuestros pensamientos tenían la sonrisa del niño que se baña en el río.

 

Como nacidos del puente o de la torre, como la piedra, despacio, el deseo de la aventura fue huyendo de nosotros, como la albahaca de los oteros de junio, como el jaspe que lanzado por la honda silba brillante hacia los cielos.


Llueve, esa gente que soy y que conozco ha salido a la calle, al céfiro suave de los dialectos

 

del monte. La noche ha puesto lámparas apagadas en los nidos vacíos, solitarios pastores en las tristes cañadas del otoño.


Ya lo sabéis, como esa postal borrada por el sol que guarda en su zurrón un cartero celoso.

 

 

LO QUE SÉ DE MI

Yo he nacido aquí junto a las altas lilas del verano 
y los verdes racimos amargos de la aurora.

Yo he nacido entre las rosas que han muerto
y el mustio follaje de los jardines de un sueño.

En las transparentes alamedas que canta el ruiseñor 
y abre el rocío con su cuchillo de cristal en la mañana.

Como la hoja que cae sobre un sepulcro
yo he pisado al nacer esta piedra y su luz me ha salpicado.

Como el que nace para la música y talla la madera o la roca
y escucha su voz crujir bajo el cincel y no pregunta.

Yo he nacido duro de corazón y equivocado,
pero vosotros me habéis dado la tierna mano de la primavera.

El que sopla las estaciones y hace reverdecer al árbol muerto
ha mirado esta rama joven que no ardía.

Al consumido en su luz y al que el amor destierra 
mis días por igual se han parecido.

Como aquel que al entrar en su casa se encuentra con la mar
y goza y es feliz y se queda con ella para siempre.

Yo he nacido aquí antes de que mi corazón se diera cuenta
y una dulce mujer se acercara a mi sombra como madre.

Desde entonces he sido melancólico y triste
porque he contado los astros y la lluvia y la arena.

De lo ajeno he tenido la bondad de la tierra 
y de lo mío la nada en su infinita certeza.

He visto a los hombres mirar hacia el cielo
como buscando la vida que junto a ti se les niega.

Y he padecido con el dolor entre todos
y no he cerrado la puerta al florecido en su odio.

Al que marcado con saliva se esconde de los muchos 
lo he elegido más cerca de mi corazón que a los otros.

Y he contemplado a los pájaros
resolver en el vuelo el misterio del aire.

Yo he nacido aquí junto a la piedra de Cluny 
donde brota el mirto su tallo en la maleza.

Pero no he sido feliz,
mi memoria se ha cansado de llover y esperarte.

Nada pudo la abundante espiga del dolor contra nosotros,
cuanto más me iba, más tu amor me aprisionaba.

Y así he sido claro bajo el sol y también fuente 
donde vienen a beber desde el fondo del mundo las estatuas.

Y un día, un día como hoy resplandeciente y puro
rozado tal vez por el deseo se acercó a la ventana mi figura.

Y al ver todo transido de pétalo aquel cuerpo 
salí como siguiéndola y me perdí en su calle.

Yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos 
donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras.

de Antífona del otoño en el valle del Bierzo (Madrid, Rialp, 1986)

 

 

Poemas del libro "La poesía ha caído en desgracia"

 

ELOGIO DE LA PALABRA

   Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe.

   Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume.

   Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.

   Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esa palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.

   Sólo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo trasmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.

   La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.

EL ARCA DE LOS DONES

   Mi alma es esa casa de madera que arrastra el vendaval.

   A veces en la noche yo siento acercarse a un huésped invisible y oigo girar su llave y escucho avanzar sus pasos.

   Entonces la poesía, cada pluma arrancada a las alas de un ángel, es la semejanza de una casa en el aire, el portal luminoso, las ventanas abiertas, el que empuja la puerta y el que entra seguro y se acerca hasta el arca y reparte los dones.

   Doy al amanecer, cuando la sangre de los delfines se derrama lentamente sobre el serrín de las cervecerías, un cuchillo blanco.

   Al que bajo el hielo negro de la noche caminó conmigo y sufrió conmigo la dócil alianza del fracaso, dejo la herida.

   A la columna de silencio de esa muchacha que rozada por el tacto de la obediencia guarda en su pensamiento la perfección de la muerte, una copa de viento y de raíces.

   Al río de mi infancia donde bebió Demócrito de Siracusa la niebla del espíritu, la claridad que ya no tendrán mis ojos.

   A la ciudad que cercada por la elipse del envejecimiento enterró su memoria junto a las norias de la desposesión, una tumba vacía.

   Al muchacho judío que ante un espejo empañado contempla el rubí de su alma atravesado por la espina de la crucifixión, una caja de música.

   A la sombra de mi padre contemplando la luna, una cabaña en el bosque.

   Al que en los atrios de la conformidad padeció la pobreza mas no será nombrado en las tablas de la justicia, la balanza con los alimentos.

   A la orilla del mar, un caballo con cabeza de tortuga romana.

   A la mujer que me amó con la fidelidad del astrónomo, dejo el resplandor, el halo de una estrella cuyo astro no existe.

   Al ibis, la analogía de las agujas.

   Para el que estrechamente vigilado por la locura hizo vibrar el ángulo recto de las constelaciones, el acordeón y las palomas verdes de la plaza.

   Para ti, amor mío, el río eterno de los dioses y sus gatos sagrados.

   Al insobornable enemigo cuya víctima fue feliz como un imán vertiginoso ante los filamentos de la melancolía, una silla de enea.

   A la muerte, una puerta abierta.

   Al ajusticiado en el abismo de su propia escritura que sólo tuvo oídos para el ángel y amó la semejanza y la inutilidad de las cosas, una jaula con peces de madera.

   Al otoño, la lejana memoria de las ballenas del cabo.

   A la sabiduría de los profetas, un candil de silencio.

   A la lápida de Leonardo Mestre, los sueños que no tuvo y que ya nunca sabrá.

   Al que con su linterna de fósforo ayudó a resistir y guió la navegación de los torturados, el faro de la utopía.

   A la dulce mujer que se acercó a mi sombra como madre, el azul de mayo y el zumbido de las abejas en la primavera.

   Al jardín de los monasterios, la alondra del alba y la rosa cortada del rabino.

   Al tetrarca y al que está detrás de su lengua como un tábano, la urna rota del centauro ante la que un lacayo da voces.

   A la tristeza que iba cruzando el puente aquella tarde de invierno, un revólver cerrado por un nudo.

   Para el leñador que derribó el gran ciprés de los hermeneutas, el meteoro silvestre de las ciervas ingrávidas.

   A la estatua de Francesco Orsini duque de Bomarzo, el vértigo transparente de la materia que huye.

   A los versos que no escribí, un collar de frutos y semillas.

   A la grieta del eremita, la pantera del anochecer.

   A la memoria, la lluvia, el lirio de las estaciones abandonadas por las que pasa el ferrocarril sin detenerse.

   A los amantes que descifran su desnudez en la oscuridad, un hilo de saliva.

   A la pirámide del conocimiento, la amatista mojada del escarabajo y los élitros celestes del jeroglífico.

   A La Habana de mis antepasados allá por mil novecientos veinte, la nieve.

   Para Rousseau el Aduanero, los ágiles antílopes que cruzan el agua encarnada de los sueños.

   Dad este libro a los animales, al búho y al alce, al armadillo y al erizo silvestre. Arrancadle una a una sus páginas y dádselas a los animales. Dadle al hurón la oscuridad de la palabra búfalo y al búfalo la inmaculada pradera del billar de los bares.

   Y de entre todos los dones y de entre todos los sueños, dadle a mi corazón una casa en el aire.

EL HOMBRE DE GRIS

   Este es el poema en el que existe un hombre sentado, un hombre que está vestido de gris, que viaja a visitar a otro hombre que ni siquiera conoce, a un hombre que también ha tomado el tranvía y viaja a su encuentro y que va pensando lo mismo que el otro hombre de gris.

   Este es el poema donde existen dos hombres sentados, los dos han amado, los dos han sufrido, los dos han tomado el tranvía, se ignoran, no saben que ambos viajan al encuentro de un hombre vestido de gris.

   Este es el poema donde existen tres hombres sentados, tres hombres que hablan de un hombre que habrá de venir, un hombre que vestido de gris estará esperando el tranvía sentado en un banco no muy lejos de aquí.

   Este es el poema en que cuatro hombres sentados se miran, pero ninguno se atreve a pronunciar la palabra, la misma palabra que está ardiendo en sus labios desde el instante preciso en que cada uno de ellos se decidiera a venir.

   Esperan, aguardan a un hombre que aún no ha tomado el tranvía, un hombre que está abriendo el armario y saca su traje y se ve en el espejo vestido de gris.

LA VOZ, LAS VOCES

   Voz de los vientos. Voz y júbilo de los vientos en la oscuridad. El oráculo de la melancolía, el martillo de los ferroviarios al golpear los rieles. La voz de los extranjeros en el pasadizo, voces de plata en los subterráneos como tambores mojados. Resplandor de las voces al anochecer, cuando los circos encienden sus bujías en los descampados y los vagabundos silban a los viejos caballos de madera que giran en los carruseles.

   Sábanas. Sábanas de voces en la escritura de mi corazón. Desconocidas, piadosas, azules sábanas bajo la lluvia y los números de la muerte.

   Voces bajo la especie del odio, voces desocupadas por el pensamiento de los solitarios. Voces en los anzuelos y voces en los alambres blancos del vacío. Voces cuya tiza traza círculos en la desolación, semillas de las que brota el otoño, las hogueras que sueño, los cisnes decapitados.

   Voz y compás de la voz en la construcción de las bóvedas, voz cuya invocación es el aire. Voces llamadas a claridad, a niebla, a palabra de árbol. Pero voces también bajo la forma de herida, bajo figura de palomas en un charco de sangre.

   Poesía de las voces y narración de las voces. La ficción de Hamlet en el foyer del teatro, la ficción de las rosas, las sirenas de la policía. En esta escena no, pero sí en el carromato de las amazonas bajo el cruce de las autopistas. Pero sí en el club de la carretera. Voces oídas por el acróbata, voces cuya perfección es la esfera y la aguja de vidrio.

   Voces cuyo ruido es arrastrado por el viento. Voces anilladas por el ornitólogo, pronunciadas sucesivamente, leídas sucesivamente como cartas de un muerto, como jaulas vivas colgadas del marfil, del hueso de cristal en los salones de caza. Voces, voces puras cuyo país es mi alma.

TRIBU

Los poetas, las putas, los mendigos, los que conocen el mester del alba y saben cosas inútiles que salvan, la línea del abismo, el gesto, las rayas de la mano. Caridad y sabiduría, una misma limosna, un mismo dedal lleno de arañas.

EL VIEJO POETA

   Yo sé que Carampangue no será para vosotros más que un triste lugar perdido entre los bosques, un pueblo silencioso, un rumor en los mapas donde crecen los lirios de la desolación y el olvido.

   Yo os hablo de un poeta al que no conocéis, de un hombre sin más suerte que la memoria y los libros, dócilmente entregado al arte de la muerte.

   Lo veo allí en el aire, su mirada se cansa de contemplar el silbido de los muchachos que bajan a bañarse en el río. No tiene otro horizonte el agua esta mañana, pasan por sus ojos esos cuerpos descalzos, manantiales impuros en los que brota el deseo de otra noche lejana.

   Recuerdo entre la niebla que habíamos bebido largamente aquel día una tinta muy ebria en las cantinas del puerro. En bares nauseabundos podridos por el hambre nuestros versos gemían como las heridas de un ángel al que salpicaran las olas.

   Enloquecidos los faros giraban a lo lejos como grandes libélulas a las que llamara la muerte. Entonces oímos el gran grito y ladraron los perros y hubo un gran estrépito de caracoles y pájaros.

   Como días inmensos se detuvieron las horas, los calendarios temidos de la vejez y los sueños, las páginas en blanco del vacío, el alcohol padecido del silencio.

   Ya nunca amanecimos, jamás abandonamos aquel lugar sin puertas, mascarones hundidos, restos de una balsa donde los viejos cormoranes cegados por la espuma secan moribundos su oscuro plumaje.

   Contemplarse en el tiempo, contemplar la memoria con la limpia mirada de quien no teme al fracaso. Como el celeste borracho que inclinado sobre el diván silvestre de la noche deshoja las llamas de su corazón y sufre dulcemente mientras entona melodías ya pasadas de moda.

   Oh este oscuro mandato de llorar a propósito, de gritar contra el cielo lo que la muerte no escucha, la campana de un barco al que carcome la herrumbre y la sal del invierno. Y escribir, como el inmóvil que huye escribir toda la vida ese destino en un verso: ni ángel, ni sábado, ni verano.

   Al fondo de la niebla, detrás de todo esto, hay una provincia con tilos en la plaza y muchachos desnudos que montan a caballo.

   Pero yo sé que Cararnpangue no será para vosotros más que un triste lugar perdido entre los bosques, el último paisaje del ángel que me mira desde un espejo roto.

RETRATO DE FAMILIA

   Ciego de Ávila, provincia de Camagüey, isla de Cuba. Mi abuelo tocaba el clarinete y tenía un cinturón con hebilla de oro.

   Esto sucede en 1920, delante de una tela pintada con palmeras y pájaros que habrían de ser multicolores.

   En una calle de La Habana, recién llegado de Vigo, Leonardo Mestre le compró a su novia una peineta de carey.

   Están los dos, él lánguido de ojos y con un traje de lino. Ella, bajo la luz de los trópicos, es bella y me mira.

   Han conocido el ancho cielo y los grandes peces de los mares. Su juventud es dichosa como la aventura que acaban de descubrir.

   Entonces se han colocado para la fotografía y con ella, como el que es alegre y vencido por el amor, entran en el hermoso sueño de la vida.

   Ya nada pudo separarlos, sólo ellos saben por qué fue aquel el instante preciso del milagro.

   Yo podría continuar esta historia pero no sé si en 1920 había chevrolets en Cuba.

EL SUR, 11 DE SEPTIEMBRE

   Ayer he visto a Ángela escribir con los ojos en el aire una última proclama a la tristeza. Y era toda la ciudad como una lámpara que lentamente un pájaro encendía sobre el blanco silencio de los muros.

   Ayer he visto a Ángela cruzar la calle oscura al mediodía, silencio y multitud bajo la lluvia. La palabra era el mar, las soledades una tarde como hoy sin horizonte donde levanta vuelo la esperanza.

   Ayer he visto a Ángela en los altos corredores de las nubes saludar la libertad con un pañuelo. Veía pasar la vida despacio por el invierno, la lenta gota de arena de un corazón contra el miedo.

de La poesía ha caído en desgracia (Madrid, Visor, 1992)

 

 

Poemas Inéditos

 

EL NIÑO JOHN NO ES EL NIÑO JUAN

  Los ojos del niño John y los ojos del niño Juan no ven las mismas cosas en el fondo del lago.

  Bajo los párpados del niño John la sed es un caballito de mar que vale dos dólares.

  Bajo los párpados del niño Juan aletean las mariposas negras del vendedor de sandías.

  El niño John tiene un martillo de cristal, el niño Juan tiene una nuez transparente.

  Las manos del niño John cuentan las semillas de las estrellas, los dedos del niño Juan juegan con la chapa de la luna nublada.

  Los ojos del niño John y los ojos del niño Juan no miran a los mismos pájaros que tiemblan en la oscuridad.

    El niño John trae a su madre el declive de la montaña.
    El ruido del río, la perla de granizo le trae el niño Juan.

  Cuando se hace de noche la sombra del niño John sueña que es la sombra del niño Juan cuando se ha hecho de día.

LA CASA ROJA

  Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus biblias de nácar la erección de los guardamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Medicis tenía una casa roja, las maniquís de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de las bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas. El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con humo de lo ardido y lava de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago. La muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de las supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de 1a ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su manto eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de una fuente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la hebra de un rayo, mi casa es la visión de la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.

de La casa roja (inédito).

 

 

Obra gráfica de Juan Carlos Mestre

 

JUAN CARLOS MESTRE

Aquí todo se entiende. Aquí todo se entiende en la covacha unívoca del pequeño individuo. Aquí todo se entiende en el gran hemisferio de todos los que dicen que no entienden. El desvelo sostiene los círculos de su propia tardanza. La luz se decapita cayendo en la soberbia caliente de los páramos. Los dioses se estrangulan hasta morder la punta de su sexo de mármol. El viento prende fuego a su casa sobre el tímpano negro de la máquina errante. La estrella sublingual del camión de las doce reside en el andén de los tendederos. La ciudad de las cláusulas orina sin piedad la zarza mojada de los ciegos. Aquí todo se entiende. Todo se entiende contra el pájaro virgen que anida en el ojo de los que comen miedo. Todo se entiende cuando los dedos crujen como fichas bajo el diente benévolo de la rata emigrante. En este bebedero se guarda el semen pálido de los padres ahogados. Al sonar la sirena da vuelta la cabeza la lluvia vertebrada en su esqueleto inédito. La voz de los señuelos entibia la bodega donde cabe mugiendo la mitad de nosotros los escuchas. La lujuria bautista del pueblo que se anuncia a la entrada de la aguja de cáñamo. El párrafo real del desorden cantando en la cabeza de las excavadoras. Los perros que anidan en las capillas ácidas del desaguazadero. Las familias doradas por la luz del demonio. En este cuarto se oye la profundidad de los pozos. La adivinanza del cero sentado en su propio cilindro. La teoría del aire en brazos de las apariciones. Aquí todo se entiende. La mañana tiene pies de ortiga. El personaje se pone la máscara de mosca. El arrullador de abejas canta en coma. La novia se arranca las escamas. El poeta baila con su cascabel. Con su rodilla húmeda. Con su insecto de palo. Con su tablón de escarcha navega al sur de los naufragios. El pájaro del trovador hablará para siempre por nosotros. El albatros rojo aleteará sobre las filigranas de la conciencia. El zarzal predicador de hogueras conversará con el rayo de Dios sobre las tablas de los pastizales. El sastre que zurce las hebras de la metafísica resucitará en las tijeras del sábado. La oreja del abuelo judío se representa a sí misma tras el muro de gas de las lamentaciones. El poeta ebrio en los comedores de la comuna contempla la oruga del cielo en la barba de Karl Marx. El ojo invitado del analista del fuego desaparece ante la manada de carbón de los mineros. El espía de las catacumbas del átomo imagina los carromatos del teatro en la sala de exposiciones. Los dibujos vivos en el espejo cóncavo del esperpento. Los esqueletitos con cabeza de azúcar venenosa. El calambre mecánico de los alcaldes. El usufructo de los mercaderes ante San Sebastián y su falo romano. La conspiración termal de los patricios. El fragmento del caracol descalzo. El rastro fosforescente de los amantes ciegos conduce a la cámara del hermafrodita. La estilográfica de los mandamientos destila jarabe contra la tos de los sanatorios. El ideólogo de la desnudez se emborracha con los seminaristas. El cazador de luciérnagas finge no ver la transparencia en el canto de las orugas. El tam tam de las doce anuncia la boda del suicida. Las manchas del mantel huelen a sangre. El vino tiene el sabor del pentámetro de Shakespeare. En el teatro vacío el niño del polvo interroga a la esfinge de los escenarios. La hermana de los tramoyistas se acuesta con el embalsamador de espejos. La hija del obispo duerme con los poetas. El cielo alcanza para todos. El pan alcanza para todos. El paraíso está poblado de herejes. El paraíso fue imaginado por Sor Juana. El mar fue inventado por el abuelo anarquista. ¿Qué lugar es éste donde los intérpretes del hombre se escabullen? ¿Qué lugar es éste donde las trampas del sueño se delatan? Lo dicho en este cuarto será verdad un día. Lo dicho en esta esquina guarda estricta relación con los hechos. La poesía debe ser imaginada antes de ser escrita. La poesía debe ser pintada antes de ser imaginada. La poesía debe ser hecha por todos.

Javier Bello

EXPOSICIONES INDIVIDUALES E INSTALACIONES POÉTICAS

Galería de Arte "El Caballo Verde". La palabra pintada, pinturas y objetos. Concepción, Chile, 1988.

Galería Brita Prinz. Instalación gráfica y escultórica sobre soportes múltiples: Babel, los laberintos de la memoria. Madrid, 1992.

Sala de Columnas, Círculo de Bellas Artes. La mirada del ángel, poemas objeto. Madrid, 1993.

Musée de Guétary. Instalación Homenage a Joseph Beuys. Guétary, Francia, 1993.

Galería Siena. Obra gráfica y poemas objeto. Ponferrada, León, 1993.

Galería Fontanar. Mecánica de la Melancolía. Pinturas, grabados y poemas objeto. Madrid, 1994.

Galería Duna. Obra gráfica y poemas visuales. Barcelona, 1994.

Exposición Itinerante. Sala de las Carnicerías de León y Centros Cultural de Caja España de Ponferrada, Zamora, Palencia, Valladolid y La Bañeza. La Geografía del Olvido, propuestas para un decorado crítico, pintura sobre madera. 199611997.

Galería Siena. Obra gráfica, dibujos y libros de artista. Ponferrada, León, 1996.

Galería Brita Prinz. Grabados y monotipos. Madrid, 1996.

 

EXPOSICIONES COLECTIVAS

Galería "El Caballo Verde". Concepción, Chile, 1987.

Museo del Teatro de Almagro. Almagro, España, 1989.

Palacio Moctezuma, Cáceres, 1989.

Quinto Salón Internacional de Arte Primitivo, Ayuntamiento de París, Francia, 1990.

Galería AF, Madrid, 1990.

Galería Margerir, Madrid, 1990.

Galería Tórculo, Certamen de Grabado Carmen Anzorena, Madrid, 1991.

Galería Brita Prinz, Madrid, 1991.

Galería Pro Arte Kasper, Morges, Suiza, 1992.

Galería Fontanar, Madrid, 1992.

Kunstausstellung, 500 Jahre Kolonialismus, Alemania, 1992.

Soho Graphic Arts Workshop, Spanish Printmakers, Nueva York, 1992.

Museo Municipal de Orense, Muestra Internacional de Grabado, 1991.

Galería Brita Prinz, Kleinformat, Madrid, 1993.

Galería Duna, In Memoriam Pablo Neruda, Barcelona, 1993.

Museo del Grabado Español Contemporáneo, Marbella, Málaga, 1994.

Galería El Progreso, Formas del Sueño, exposición de objetos surrealistas, Madrid, 1994.

Sala de Exposiciones de la Estación Marítima de La Coruña. Gráfica: Diez años en la Universidad Internacional Menéndez Pelavo, 1995.

Palacio Revillagigedo, Bienal de Arte Gráfico: La Estampa Contemporánea. Gijón, Asturias, 1995.

Sala Provincia, Grabado Leonés Contemporáneo, León, 1996.

Casa de la Cultura, Ponferrada, 1996.

Fontanar Espacio de Arte, Los seis sentidos: El Oído, Riaza, Segovia, 1996.

Calcografía Nacional, Premio Nacional de Grabado, Madrid, 1996.

Palacio de Exposiciones "Kiosko Alfonso", La Coruña, 1996.

Sociedad Económica Amigos del País, Málaga, 1996.

Biblioteca Casa de las Conchas, Salamanca, 1996.

Sala de Exposiciones del Centro Cultural "La General", Granada, 1996.

Feria Internacional de Arte Contemporáneo "Arte + Sur", Granada, 1996.

Convento de La Concepción, Premio de Grabado Ciudad de Borja, Borja, Zaragoza, 1996.

Stampa, Feria Internacional de Grabado Fundación Deutsche Stiftung, Madrid, 1997.

Obra Social Caja de Madrid, IV Certamen Nacional de Grabado, Madrid, 1977.

Galería Cervantes, Roma, 1998.

Academia de España en Roma, Roma, 1998.

Conventino del Serviti di Maria, Monteciccardo, Italia, 1998.

Instituto Cervantes, Milán, Italia, 1998.

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Exposición Beca de Roma, Madrid, 1998.

Galería Cruce. Primer Abierto de Arte Contemporáneo, Madrid, 1998.

Museo Postal y Telegráfico, "Ciento y... postalicas a Federico García Lorca (1898-1998)", Madrid, 1998.

 

OBRA POÉTICA

Siete poemas escritos junto a la lluvia. Colección Amarilis, Barcelona, 1982.

La visita de Safo. Colección Provincia, León, 1983.

Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo. Colección Adonais. Ediciones Rialp, Madrid, 1986. (Premio Adonais, 1995).

Las páginas del fuego. Cuadernos de Movilización Literaria. Ediciones Letra Nueva, Concepción, Chile, 1987.

El Arca de los Dones. Imprenta Sur, Edición de Rafael Pérez Estrada. Málaga, 1992.

Los Cuerpos del Paraíso. Llibres del Phalarthao, edición de Alain Moreau con grabados de Víctor Ramírez, Barcelona, 1992.

La poesía ha caído en desgracia. Colección Visor de Poesía. Madrid, 1992. (Premio Jaime Gil de Biedma, 1992)

La mujer abstracta. Ediciones de Poesía El Gato Gris. Valladolid, 1996.

 

 

Grabado de Juan Carlos Mestre y manuscrito de Rafael Pérez Estrada

 

Grabado de Juan Carlos Mestre

Grabado de Juan Carlos Mestre y manuscrito de Rafael Pérez Estrada