Presentación del poemario Rascacielos. México: Literal, 2008
Enrique Winter
Enrique Winter (Santiago, 1982). Publica Atar las Naves (2003. Premio del XI Festival de Todas las Artes Víctor Jara), un anticipo de Rascacielos (2006. Beca del Consejo del Libro y la Lectura) en Santiago, y Rascacielos (2008) en Ciudad de México. Es traducido parcialmente al inglés, al portugués y al polaco. Es editor de Ediciones del Temple, abogado y director de la revista Hemiciclo. Reside en Valparaíso. Los poemas que presentamos a continuación pertenecen al liro Rascacielos.
UN MURO ES UN MURO AUNQUE LE PINTEN FLORES
Un muro es un muro aunque le pinten flores
aunque las pinten nueve
compañeros de La Legua Emergencia
un sábado en la tarde: sus pañuelos, sus barbas,
mientras las lacrimógenas caen como el rocío
en la cuadra siguiente.
LAS PATAS DE LOS PÁJAROS
Calientes como el universo antes de armar galaxias
y comprimidos como ese universo, cual saco de dormir en la mochila
a punto de estallar
como quien pinta el altiplano mirando al sol de frente
o quien decide mientras corre buscar su muerte en otro sitio;
jugamos a engañarnos,
alzando el velo de otras novias como neblina que al volcán levanta,
la bufanda es el yugo que ha tejido la sobra de cariño y de minutos,
el vapor que madruga en las colinas.
Y recorremos los destrozos, así pisando lava
donde la noche es nuestra lengua y es nuestros dedos,
todo lo que se escapa de nosotros:
el sudor y las lágrimas, el semen
en las piernas delgadas y sin garbo
de flamencos rosados en la altura, picoteando los restos,
doblando el cuello hacia nuestra espalda,
rascándonos la tarde con las uñas de pájaras tan nuevas
como lagos congelados
apareciendo allí donde aleteábamos las aguas.
JORGE: SOSTENES, ZAPATOS
Las manecillas del reloj se parecen a un jefe
que se agacha jugando golf, a un padre
o esposa que levanta una mano
cuando avienta la otra.
Va al banco y saca más boletas
de las que necesita.
Trato de hacer más de una cosa, pero
sólo se entienden quienes comparten un oficio,
no se puede esperar nada de quienes
se/ de
di can/ a/ o
tra/ cosa. Es por esto y lo anterior
que cuando me voy, miro el rodoviario
con la esperanza de jamás volver.
El cambio de ciudad esconde,
sólo al viajar por pega uno desaparece:
caminan las estrellas como hormigas
entre los basureros, como barbas
de una ballena cierran las montañas,
el sol es la linterna de un minero
y quema como marca de cigarro.
Viajar: no se recuerda a quien se quiere
(los pasajeros fuman los cigarros),
sino lo que pudo haber sido
con quien se deja de querer.
Tras recorrer dos mil kilómetros,
bajo y abro mi saco de dormir:
allí están los sostenes de mi esposa.
Aplastados al fondo de la ropa
los zapatos me hacen una mueca.
TRES CAJAS VACÍAS
Filipino, bigote blanco y largo
Ya nadie viene al cementerio, Marco,
a excepción de ti, que hace cinco años
jubilaste y perdiste a un hijo sano.
Hoy barres tumbas como voluntario.
Tres meses sin la regla como los tres semáforos en rojo
Espera un hijo como quien espera el bus
a las cinco de la mañana. Un hijo
que morirá atropellado como Marco Antonio Vidal Parraguez,
muerte de la cual nos enteraremos quince días tarde.
El cuerpo un recipiente de pisco y líquido amniótico,
porque le parece obvio no haberse embarazado:
tres meses sin la regla como los tres semáforos en rojo
que Marco cruzó antes que tumbaran su cara de NN
viviendo mientras tanto.
Cuarenta y cinco años, calvo: treinta y cinco atendiendo
a esta familia que vota por el enemigo y cría
a quien quiere encamarse con la futura madre,
que de las drogas duras va y vuelve al alcohol
como un columpio con un niño.
Tu tenías uno, Marco, pero de eso nunca hablaste.
Dos bajo el par
Se suicida un amigo allá en Colombia
y en la noche de plaza a mi pareja
la bendicen las manos vagabundas
con la caja de vino. Flota mares,
como muerte navega acompañada,
llegó a esta pieza y no se irá tan fácil.
No puedo hacer el amor entre muertos:
Patricio Hernández, profesor de nado,
más Alejandro Galvis, el poeta,
son desde hoy puñado de cenizas,
como las del cigarro que ella apaga
conmigo en los moteles de Santiago.
EL ALEXANDER
―Mañana le voy a quitarle el niño― últimas palabras del
hijo pastabasero a su madre (i. Los pastabaseros se vuelven locos,
me ha levantado las manos dos veces ya ii. Hace pipas delante mío
para provocarme iii. Tira en pelotas en el patio iv. Quiso quemar mi casa).
Al crespito centro de la discusión le brillan los ojos,
en ellos repite la hiedra de afuera. Imagínatelo en los cerros,
cómo reflejaría las luces naranjas de la noche:
indistinguibles las casas de las calles de los autos
su anemia de su quiste de su sífilis.
Con fruición toma mamadera
mira los pechos de quien vive con él, su aparente tía (informa
sobre ella el Servicio Nacional de Menores, SENAME:
fuerte sentimiento de abandono y soledad / con relaciones instrumentales, no
desarrolla vínculos profundos / exacerba sentimientos de tristeza).
Igual la tía tiene apoyo, no así la abuela (la de las cuatro citas sobre pastabaseros)
que mira a la ventana cada tarde
alerta para que su hijo no se aparezca.
QUEDARSE EN CASA
El balido de los corderos, de los Carabineros
bajo un cielo color lengua de quien amas al volver del trabajo,
la cordillera prudente como tonada, como óleo suave
del comandante en el comedor de la casa donde almuerza el viajero.
Los Carabineros, pinos que resguardan la blancura de la nieve,
la felicidad que encontramos en el solo balido.
A los que hoy condenan sus palos
de hace treinta y cuatro años, informo:
Ya entonces golpeaba este camarada a su mujer, duro y parejo,
y no cesó al mandarla a la Unidad de Cuidados Intensivos el ‘78,
ni al alcoholismo el año ‘80, ni con su depresión actual.
Ni lo medró el escape sucesivo de sus hijos el ‘81, el ‘84 y el ‘86.
Menos iba a cambiar bajo el arco iris de la democracia:
está el marco y falta la foto
la ventana abierta sin la dueña de casa.
Algunas fueron violadas cuando salieron a la calle,
más lo son quedándose adentro, donde no balan los corderos.
UN PLATO
Cuando uno pasa la temporada sin relaciones sexuales
todas las que tuvo antes, varias de novela
escurren como restos de comida al fregar los platos.
Y ese plato limpio nada dice de los comensales ni de lo cenado.
Nada de su capacidad de contener una sopa o una carne nueva.
LISSETTE EN PIJAMA
¿No desperté ayer también este mismo día? ¿se adelantó la
hora o dormí justo una más después de la alarma? Anoche
los zancudos ¿o uno solo? me impidieron soñar otro resumen
de lo que soñé en la semana. No sé cuántos días han pasado,
a lo más parece uno largo, pueden ser varios, que ya me haya
bajado del bus del orden y no valga la pena hacerlo. ¿Hace
cuánto no descorro las cortinas que alguna vez fueron de
color petróleo? Me levanto ¿me acosté antes? como si viera
por los ojos de otros, no recuerdo, ni ya me creo, lo que fui.
Buscaré a alguien que me cuente anécdotas que hayamos
compartido, pues estoy cada vez más segura que nací en esta
pieza, que lo primero que vi fueron estas cortinas cuando eran
de color petróleo y que sólo su decoloración me indica el paso
del tiempo y la presencia en algún momento de un sol que las
destiñera como al diario que tomé al revés una mañana a esta
misma hora, hacía como que leía copiando a mis padres, entre
mis padres en una cama que no parecía tan ancha como ésta.
POLACA
De un pasado dudosamente noble
como todo pasado noble. Modzelewska por padre,
Wyrzykowska por madre. Es huérfana y de quince años,
mil novecientos treinta y nueve:
pide pega en la industria intervenida.
El patrón frisa los cuarenta, arrancan
juntos a Viena por los rusos. Por los celos de Müller cae presa,
acusada a los nazis para casarlo con su hermana.
Son más de tres los meses. La liberan los gringos, camina días a Salzburgo
y en la plaza tras una alarma ve correr a su jefe. ―¡Papa!, chilla.
Se casan a escondidas para que nunca la bese en la boca.
Doméstica de su cuñado, duerme en la pieza de servicio
tal como en Chile. Donde trajo a Goethe
y un par de pilchas, para hacer del barquito de pesca
uno con capitán y marineros.
Un hijo. Viuda. Gatos. Perros. Pájaros
que huelen como ella o viceversa.
No está ni ahí con ver a sus nietos, le reclama mi padre.
Toco el timbre y no suena, grito y no responde,
seis perros gordos y furiosos ladran sobre la reja.
QUEDARME AFUERA DE MI PROPIA CASA JUSTO CUANDO PENSABA CONSTRUIRLA
Abren cervezas con las cerraduras
de la escuela y yo ni con llave muevo
este cerrojo. Traigo las murallas blancuchas de mi pieza
nada de fotos de mujeres que se despiden y desean suerte,
renunciando a los triunfos conyugales.
Quedarme afuera de mi propia casa
justo cuando pensaba construirla,
cansado y a las dos de la mañana
lo intento y ya ninguna llave gira.
Ninguna llave gira por el frío
que generan los malos ratos: viajar solo y de noche
como en Cacocum, Cuba; de donde me sacaron a piedrazos
cuando salté la reja del que creí el motel y no lo era.
Igual a un detenido: las manos detrás de la nuca,
pero esa sombra forma un ojo. Hablando solo como niño pobre
y decidido como las mujeres que publicitan universidades,
muñecas cuya ropa perdió la hermana de ese niño:
juro que ni embajada ni en su vida
volverá a verme y menos sin frazadas, durmiendo a la intemperie.
Quedarme afuera de mi propia casa y sin el dios a quien le recé al perderme
cuatro horas en bosques del Llanquihue
otro catorce de febrero.