OSCURO MEDIODÍA, POR DAVID PREISS

DAVID PREISS nació en 1973 en Santiago de Chile. Es Licenciado en Psicología y Sociología por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado Señor del Vértigo (1992, edición aumentada 1994) e Y demora el Alba (1995). En 1998, coedita el libro de ensayos Configuraciones Sociales del Arte. Señor del Vértigo fue distinguido con una Mención Honrosa del Premio Municipal de Literatura en 1993. David Preiss ha sido becario de la Fundación Pablo Neruda y del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Estudia un doctorado en Psicología Cognitiva en Yale University, Estados Unidos. Los poemas que presentamos corresponden a su último poemario, Oscuro Mediodía (Santiago, 2000).

 

SITIO

A esa hora en que la poesía enmudece 
cierras los libros a mitad del silencio 
tal si buscaras a uno que no te refleje.

A esa hora en que la poesía enmudece, 
algo te rodea. Mas desde ti, 
sombras y muros que te cercan.

Hermosa bestia enjaulada, de tus pasos 
cada círculo repite sobre otro 
el mismo gesto solitario.

En el centro, aliento: nada que llama. 
En la transparente habitación, 
no sales de ti. Te lamentas.

Y las palabras que podrían liberarte 
se escapan en bandadas de luz hacia la muerte. 
A esa hora en que la poesía enmudece

te rodeas. Solo escapas sobre el alba 
hacia la noche que anuncias en el mundo. 
A esa hora que la poesía enmudece

cierras los libros en mitad del silencio.

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SENDERO CON VOCES

De los poemas que escribías 
ninguno queda. A contraluz suya 
se abre un sendero de espinos y silencio. 
Lo caminas arrullado por los pasos 
que te llevan fuera de esta hoja.

No escuchas el llamado que te advierte: 
-no toques la corteza ni te tiendas, 
avanza por el claro hacia la sombra, 
y sé más sombra que la sombra, 
más niebla entre la niebla.

Sordo a las estrellas cortas una rama 
y la enciendes y despiertas 
con cenizas al borde de tu lecho:

vuelves a escribir palabras sin objeto 
en busca del umbral: apilas 
piedras y vocablos hasta que el día 
te da de bruces contra el rostro.

Con su luz, pierdes el dolor y tu memoria.

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UNA MORADA EN LAS PALABRAS 

1

Blancas señoras, señores de negro
-no de luto- 
en la sala en que se expone 
sola 
la miseria 
ante un público selecto:

la visitan, la contemplan 
con mirada perfumada, 
no pueden escuchar

como un músico interpreta 
su número pequeño:

un lamento que recorre 
el pentagrama del silencio 
y la herida 
que es su réplica en el alma:

esta sala en que se expone 
un poema de Celan 
para contemplación de los ausentes
y desolación de los presentes.

2

Hurta del aire 
pálida ceniza: letras 
que arroja o acomoda: 
libros a la hoguera:
huesos, 
brasas y guijarros.

Busca una morada en las palabras.

Con voz materna, 
él calla 
voces extranjeras. 
Para contemplación de los ausentes 
y desolación de los presentes.

3

Sobre escena, una hoguera y una pala.
.............-Mirar, séanos prohibido.

La mano pica una palabra.
.............-Oír, séanos prohibido.

La mano apila cuerpos en el borde.
.............-Contar, séanos prohibido.

La chimenea sopla a los ausentes.
.............-Respirar séales prohibido a los presentes.

Porque esto ha sucedido.

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BUCÓLICA

Mudos salimos en busca de las huellas de la furia: 
abandonadas ciudades transparentes, arribamos 
a las villas domadas por negros jinetes.

Hacia el Este, siempre hacia el Este: 
pantanos en que la muerte pasta 
y la huella ha sido borrada por el trabajo de la tierra.

Sin embargo, he aquí: éste es el lugar.

Aquí los campesinos se fingieron inocentes. Aquí marcaron su garganta 
imitando el golpe de la parca. A cinco pasos, respiraron y criaron. 
En el valle de los lobos, las ovejas cultivaron su alimento.

Si: éste es el lugar. 
Aquí las llamas ascendieron hasta el cielo 
y dejaron nuestro cuerpo entregado en usufructo, 
lejos de la tierra y de su gente, en el umbral de la Palabra.

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NO ES CIERTO

No.

Encargos de la muerte a tiempo de volver por los amigos. 
El tránsito metálico que hace respingar 
al gendarme de una estación abandonada: 
las cosas y las gentes que hacen de una villa el sitio de su lengua.

No.

El comercio del azar con la materia, 
los bosques que se mueven lentos bajo el bosque que un hacha decapita, 
el pálpito del tiempo entre las ramas 
prestas a lanzar un quejido germinal.

No.

El viento colando las noticias de la última vigilia. 
Un llamado solitario que recorre los caminos invisibles de la radio, 
el rumor creciendo al paso de las tropas 
que penetran como el sol un sitio imaginario 
donde copula el cardo con la rosa.

No.

La vida inmóvil rotando en torno de su eje alrededor de tus cabellos derramados sobre el lecho.

¡No!

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SOBRE EL RÍO, LA NIEBLA

No te escribo: sobre el río baja la ceniza.

Me arrodillo y desde el borde 
dejo pasar el cielo tras de mí. En él, 
tu cuerpo se desvanece.

La tremolina te confunde con la niebla. 
Libera tu mano de mi amor: 
con tus ojos marca las estrellas.

No hay más rastro que tu rostro empujado por el viento.

-Y desde aquí 
miramos los pantanos quemados.

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HABLA RASA

Deja crecer la maleza en el sendero 
que ha dejado el paso de su huella. 
Aparta su trazo de la espiga. Avanza. 
Orea entre la niebla. 
Huye, demasiado oscuro, 
blanco que corre 
por poblados transparentes.

Aire, agua, el fuego que marca 
el ritmo del miedo. Una cruz 
entre la noche, equis que delatan 
al cuerpo ligero, desnudo, 
en vuelo demasiado ágil.

Corre. Tan lento.

No hay estrellas en el cauce que retorna 
donde paran a beber sus victimarios. 
Llega a tiempo para el rapto. 
Lanzaron redes, encontraron nada.

La víctima propicia se ha tendido 
sobre el valle: todo el valle 
la protege con las ramas 
que el hacha decapita. 
Luego, la lluvia, el viento. 
El tiempo sin memoria.

-¿Quién pisoteó sus osamentas?

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SABÁTICA

¿En qué jornada el día se renueva? 
¿Qué día cae el día sobre ti? 
El tiempo ha de pasar: palabras 
que los seres queridos dejan en la mesa: 
pan, sal, vino. 
El fuego acerca a Dios; aleja al forastero.

El Shabat ocupa las esquinas del altar.
-Tú, ¿por qué no te arrimas a recoger tu bendición?
Inclinan la cabeza. 
Caen ante su fantástico dominio.

Aquel que teme a Dios no hace apuestas sobre el tiempo. 
Nada le faltará, salvo la memoria. 
Ésta es la mesa de los justos, donde nunca falta el alimento.

Las oraciones han caído ante la mesa. 
Él toma una solamente. 
Masca en el silencio.

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ARS

¿Qué se llama cuanto heriza nos?
Se llama Lomismo que padece 
nombre nombre nombre nombrE.

Vallejo

El murmullo cae en la cascada transparente, 
contiene otra manera 
de nombrar 
tu nombre, infinitamente más pequeña, 
en la que ejercito mi nostalgia, mi paciencia, 
mi derrota cotidiana.

Texto, tacto del vacío.
Mediodía estancado entre relentes.
No amanece. 
Algo me recuerda Lomismo 
que padece: 
parece arriba de tu nombre 
que dejo 
di 
sol 
ver 
se 
AMOR 
tan 
len 
ta 
men 
te 
delicioso: 
un terrón en el insomnio.

Texto, viento que golpea.

Las palabras no tienen redención.

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PARÁFRASIS

-No mueras, te amo tanto; le dice en la mitad de su batalla. Mas él 
siguió muriendo. 
-No abandones tu cuerpo entre mis manos, le suplica. Pero él siguió cayendo.
-¡Háblame!, le pide. Y él 
siguió callando.

Incapaz de resolver ante la muerte busca al coro de los hombres
-todos los hombres de la tierra- que antes levantaran, una
y otra vez, al combatiente.

Nadie acude.

Se perdieron. Lo negaron. Lo dejaron 
solo con él ante su guerra.

Hecho añicos, agoniza.

Él expira entre sus manos incapaces de batirse 
cara a cara con la muerte. 
¿Nadie va contra la nieve?

Fracasaron.

Acomete nuevamente: -No mueras,
le repite.

Letra muerta.

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CASUS BELLI

De una guerra secreta y olvidada 
nadie espera el retorno de los náufragos. 
No hay mujeres en la costa 
agitando pañuelos en el aire, 
no se ven las enfermeras 
trajinando en los puestos de combate: 
nadie envía un beso en la última postal 
y espera el regreso del cartero: 
nadie llora al amante que se va 
y arroja los dados del azar: 
nadie clava banderillas en los mapas 
de nuestro descontento 
pues en esta guerra secreta y olvidada 
nadie ocupa los cuarteles del invierno. 
No hay espías en el frente: 
nadie mitiga su deseo en una copa 
de licor: nadie 
vino huyendo del amor: 
nadie tiembla a minutos de morir 
ni las madres imploran por los hijos 
que no vuelven: 
no hay soldados en la guerra
donde nadie se enriquece 
pues en esta época de paz 
nadie llora la muerte de un poema.

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CESE DE FUEGO

Escribo mis palabras contra el ruido de la lluvia 
que reitera sus palabras y estropea mi silencio. 
Dejo caer el agua sobre el patio y escribo contra ella:

He cercado las posibilidades con fuego.
He apresurado el anhelo con fuego.
He traicionado con fuego.
He sido fiel en la traición.
Yo, que dejo llover.

Me detengo ahora en un breve remanso
del cual nada beberé, excepto mi reflejo.

Cualquier palabra es una puerta abierta hacia el silencio.
Sólo hemos de saber abandonarla.

de: Oscuro Mediodía (Santiago, edición al cuidado de Álvaro Sandoval Fedelli, 2000)